FUNDAMENTOS PARA DOMINIO PROPIO 6. PARÁMETROS Y EXPECTATIVAS

18
Ago

COMENTARIO

 

El siguiente principio sobre parámetros es poderoso. “Un rey se regocija  en los sirvientes que saben lo que hacen; y se enoja con aquellos que causan  problemas”. Proverbios 14, versículo 35.

 

Pensar y hacer algo surge de la necesidad.

 

El trabajo o los negocios nos ayudan a crecer porque descubrimos a través de lo que hacemos. Si asumimos el reto y damos el paso decisivo, con fe,  y hacemos ciertas cosas, veremos las necesidades; que, a la vez, nos  impulsarán a desarrollar algo.

 

Invadir, significa ir más allá de los límites de lo que es moralmente correcto. Violar significa inmiscuirse, entrometerse más allá de los parámetros preestablecidos. El Señor dijo que debiéramos orar: “Padre, perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. No hablaría de los que nos ofenden si no entendiera normas y leyes, porque Él sabía lo que era quebrantar una norma. Estamos ofendiendo, atravesando los límites.

 

Si los límites no se encuentran claramente definidos, es posible que invadamos y ni siquiera saber que lo estamos haciendo.  El proverbio dice: “El rey se regocija en los sirvientes que saben lo que hacen”. Esto significa que el rey tenía un propósito y tenía la descripción de una labor con parámetros establecidos para sus sirvientes, así éstos sabían cómo complacerlo.

 

No podemos  complacer a alguien  a menos que  sepamos cómo hacerlo,  y no lo podemos descubrir a menos que la persona en mención tenga parámetros. A menos que el rey establezca expectativas. Hay una diferencia entre una ley absoluta y parámetros. Los parámetros establecen una meta y nos advierte  que debiéramos estar en condiciones de alcanzarla. No es una ley. Si quebrantamos los parámetros, solamente estamos siendo medidos. Los parámetros son un punto de medida. Y no podemos complacer al rey a menos que dispongamos de parámetros.

 

Sin conocer el deseo del rey o su propósito, no lograremos nuestro deseo o nuestro propósito. Si el rey o la compañía no suministra normas específicas,  acompañadas de una clara descripción de funciones y metas, los empleados no pueden medir su desempeño. Solamente harán lo que se espera que hagan. “Un rey se regocija cuando los sirvientes saben lo que están haciendo”.

 

Solamente podemos medir el resultado de lo esperado. Es un enunciado para preservar. Si queremos participar en el juego de la vida  y ayudarle a la gente a ser productiva, tenemos que informarles a las personas lo que esperamos de ellas, porque no podremos medir los resultados si no hemos suministrado información sobre lo que esperamos que hagan.

 

Los sirvientes solamente pueden complacer al rey si el rey es claro en sus expectativas. Antes de tener expectativas, debemos fijar las metas con parámetros para el juego.

 

Podemos funcionar y complacer al rey y saber que lo estamos haciendo bien, sin tener que adivinar si al rey le gusta o no le gusta. Al jefe le gustaremos porque cumplimos con los objetivos, con las metas y satisfacemos sus expectativas, dentro de los parámetros preestablecidos. De esta manera sabemos que nuestra satisfacción es nuestro trabajo.

 

Fijarles a quienes nos rodean  parámetros y límites apropiados. Nuestros niños no disfrutarán obedecernos si no conocen nuestras normas y nuestros propósitos. No podemos disciplinar a la gente basados en lo que pensamos que debieran saber.  Se sentirán como esclavos. Nadie disfruta de lo que hace  sin saber qué esperar o qué esperan de él. Frustra a los empleados que  tratemos de reprimirlos  o disciplinarlos por algo sobre lo cual no han recibido información clara de qué se espera de ellos. Causa ira. La ira se manifiesta y nos juzgarán diciendo. «Usted es injusto. ¿Cómo íbamos  nosotros  a saber lo que se suponía tenía que hacerse?” Cuando el desempeño se mide de acuerdo con las expectativas, ambas partes entienden el propósito de las metas y el trabajo se convierte en juego. Ésa es la clave. Seremos nosotros, no ellos; será un equipo de empleados. La gente no debiera dudar sobre dónde estamos, cuál es nuestra posición y qué esperamos. Esto nos hace predecibles y el juego de las adivinanzas y de la inseguridad termina. Se genera credibilidad. Dios es claro en lo que espera de sus hijos y Él tiene inmensas recompensas por nuestro desempeño.

 

A veces el jefe tiene cartas escondidas y nosotros no lo sabemos; y no lo entendemos. Así jugamos a las adivinanzas. Que el rey monte en cólera es su culpa si los empleados se enfrascan en el juego de adivinar. No debemos responsabilizarlos a ellos.

 

La segunda parte del proverbio enuncia que el rey se enoja con los que causan problemas. Encontraremos que la mayoría de los empleados respetarán el  liderazgo si las metas y los propósitos de la compañía son comunicados claramente. No siempre estarán los empleados de acuerdo con nosotros, pero aún así nos respetarán. He ahí una diferencia. La mayoría de los empleados disienten en algunas cosas de nosotros, pero si manejamos el asunto con delicadeza, somos claros y presentamos las explicaciones necesarias, nos respetarán por ello, sabiendo que nosotros somos los jefes y que somos quienes están al frente y  a cargo.

 

Hay algunos pocos rebeldes que se oponen a todo y a todos. En el mundo solamente hay un ocho o diez por ciento de estos individuos. Lo que ocurre es que se desplazan mucho. Estos individuos sí enojan al rey y sí hay que manejarlos en concordancia.

 

Si nuestras familias o nuestros empleados están enfadados con nosotros, debiéramos hacernos las siguientes preguntas:

 

Uno ¿Son mis expectativas muy altas o irreales? Tenemos que medirnos a nosotros mismos porque en el liderazgo tenemos que asegurarnos de que tenemos razón, antes de esperar que nuestros empleados o familiares la tengan.

 

La segunda pregunta es la siguiente: ¿Son mis parámetros lo suficientemente amplios y permiten libertad? Si nuestros parámetros son cerrados, demasiado apretados, no hay libertad. Es importante permitirles a los empleados tomar ciertas decisiones por sí mismos. No tenemos que tomar las decisiones por ellos. Lo que tenemos que decirles es «Esto es lo que quiero que se haga, el plazo es éste y  lo quiero hecho así». Y hay diferentes maneras de hacerlo. Si establecemos  parámetros  muy cerrados  y demasiado estrechos, entonces se da el caso de un esclavo sometido. Estar observando a una persona constantemente, enloquece a cualquiera. Así no conservaremos a ningún empleado.

 

La tercera pregunta: ¿Es correcta mi actitud al administrar estos parámetros? Como líderes debemos asegurarnos que estamos administrando bien los parámetros y  con la actitud correcta para que  haya muy pocas violaciones de los linderos.

 

Hay  unos pocos rebeldes que no se limitan a violar los linderos sino que transgreden. Hay una diferencia entre transgredir y la acción de invadir linderos ajenos. Transgredir significa que la acción se hace voluntaria y conscientemente. Invasión de linderos o límites significa que es posible que uno no esté consciente de ello.

 

Si la gente establece los linderos correctos, fijar un aviso, por ejemplo “No pase” evitará que invadamos  la propiedad. Pero si el aviso no estuviera ahí, podríamos pasar por la propiedad ajena contra la voluntad de alguien y no saberlo. La señal, a la vista, “No pase”, significa que nos alerta sobre un orden establecido. Y así es en la vida, en los negocios, en el gobierno, debemos dejar saber a las personas cuáles son los parámetros. Debemos proyectarnos a las personas: quiénes somos, qué somos y por qué somos lo que somos. Las personas no cruzaran nuestros  linderos, no invadirán nuestro ser, nuestro mundo interior. Lo respetarán. Tenemos una visión, planes y metas.  Es preciso establecer normas, políticas que se conviertan en líneas de conducta para que la gente no traspase los linderos. Y si establecemos los parámetros  correctamente, la gente logrará el autogobierno al conocer los parámetros, éstos serán la base para la autorregulación.

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