COMENTARIO
El principio planificación efectiva se basa en los proverbios 24:3: “Toda empresa se construye mediante planeación sabia”.
Hay diferentes puntos de vista sobre si debemos o no planificar la vida. Algunos creyentes citan las Escrituras: “No pienses en el mañana”, dándole un significado errado porque consideran que no se necesita un plan, mientras que otros afirman que Jesús, quien pronunció esta palabras, vino al mundo con una misión planificada y diseñada por Dios con objetivos y tiempos de cumplimiento definidos.
El plan de vida debe desarrollarse como si se tratara de un juego y no como un trabajo tedioso, de esta manera será más divertido el camino hacia la meta y adoptaremos la actitud que caracteriza a la gente altamente efectiva
Así las cosas, se considera que debemos vivir como si fuéramos a morir mañana y planificar como si nos quedaran cien años de vida. Si no planeamos, nada sucede porque Dios es un inspirador y no un hacedor, debemos accionar para ser productivos y pensar siempre en lo que queremos alcanzar. Decir que “no necesito hacer un plan porque no tengo que pensar en mañana ya que Dios se encargará de mi”, es una manera de evadir el asunto sin tener en cuenta que se requiere trabajar juiciosamente para lograr cualquier meta. Cambiar este paradigma genera una verdadera transformación en la vida de muchas personas.
Cuando no hay una estrategia y enfoque para hacer posible una visión, nos quedamos resolviendo situaciones en la medida que se presenten o nos convertimos en parte de los proyectos de otros. Muy pocas cosas se logran sin un plan para hacer realidad los sueños. Cuando tenemos un derrotero marcado, ordenamos y le damos sentido a la vida a la vez que nos evitamos problemas.
Al fijarnos metas practicamos, dirigimos y seguimos el curso del plan. Nuestra mente enfocada en el objetivo alcanza entre el 85% y 90% de efectividad. Si alguien escoge trabajar ocho horas diarias para otra persona y formar parte de su plan está bien, a Dios no le importa, Él no nos forza a hacer determinadas cosas, pero si nos quejamos de la forma como la vida nos está tratando entonces tenemos que examinarnos y concluir: “Hago parte de todos los planes de otro u otros y no estoy planificando para mí.” Así que la planificación es lo que realmente marca la diferencia.
Para que nuestros planes tengan éxito, éstos deben contener tres elementos:
Primero: Visión. Sin ella la mente no puede enfocar un objetivo. Si tenemos el propósito definido toda la energía y los esfuerzos se enfocan en lo que se busca.
Segundo: Misión. Conocer claramente qué es lo que se quiere lograr y hacia dónde estará dirigido el plan, cuáles son las partes que lo componen y de qué manera producirá beneficio.
Tercero: Estrategia. Un plan para materializarlo: de qué manera se hará, quiénes participarán y en qué momento, qué recursos necesitamos para desarrollarla, estos son los interrogantes que debemos responder para determinar las fechas para cumplir con la planeación.
Es importante experimentar los logros, los cuales llegarán con las metas alcanzadas a corto y mediano plazo hasta llegar al objetivo final. El plan de vida debe desarrollarse como si se tratara de un juego y no como un trabajo tedioso, de esta manera será más divertido el camino hacia la meta y adoptaremos la actitud que caracteriza a la gente altamente efectiva. Planificar nos hace productivos y nos permite ver los avances que se obtienen con el progreso de la estrategia.
Si queremos tener éxito y recibir las bendiciones de Dios, nuestros planes deben incluir las siguientes cuatro inquietudes:
Primero: ¿Se puede lograr? A veces se arman planes tan irreales y grandes que no pueden ser medidos, además no se aproximan a un sueño sino que son ideas sueltas. Nuestros planes deben señalar logros reales, de modo que al levantarnos tengamos idea de lo que vamos a lograr ese día como parte real del plan concebido.
Segundo: Una vez logrado el plan, ¿puede ser conservado? Debemos aprender a mantener los resultados de los pasos ya dados.
Tercero: ¿Qué efecto tendrá en nuestra familia y en nuestros amigos? Todo tiene su costo. Si queremos planificar de manera sensata para lograr el éxito, pagaremos un precio y debemos preveer el efecto que éste tendrá en el entorno.
Y cuarto: Al final del proceso, ¿qué llegaré a ser? Un viejo dicho reza: “El dinero solamente nos hace más de lo que ya somos”, por eso debemos ser cuidadosos. Al elaborar planes y fijar metas respondamos esta preguntas: ¿Tengo malos hábitos que debo controlar?, ¿Los resultados de mi plan harán una mejor versión de mí?
Es posible que debamos cambiar el plan algunas veces, y para acertar en esta decisión debemos estar atentos en medir los resultados y ajustar lo que sea necesario, así como verificar que somos coherentes con nuestros valores empresariales y personales. Dios bendecirá nuestros propósitos y estará atento a nuestras inquietudes si buscamos su dirección, solo así podemos acercarnos mejor al éxito y disminuir las posibilidades de fracaso.