COMENTARIO
Este principio se basa en los proverbios 16:9: “Deberíamos elaborar planes contando con Dios para que nos dirija”.
Para que la vida funcione es necesarios hacer planes que contemplen puntos de logros a lo largo del camino, los cuales se cumplen atendiendo una estrategia que marcará las actividades que se realizarán diariamente, dando como resultado la consolidación de la meta final.
Cuando no tenemos metas, nos sentimos insatisfechos con la vida porque no sabemos adónde vamos
Lo que sea que hagamos en la vida, debemos hacerlo basados en una meta porque sin sueños no tendremos dirección y nos convertimos en parte de los planes de otros. Las cosas no suceden solas, por eso el futuro que añoramos solo será realidad si diseñamos una estrategia que nos guíe sobre lo que debemos trabajar cada semana o cada mes para lograrlo, para ello debemos apoyarnos en una agenda o lista escrita para llevar el control del tiempo y las actividades a desarrollar. Estas acciones nos permiten vivir la vida con emoción, dejando la sensación de vacío que nos lleva a pensar que vinimos solo a resolver situaciones aisladas todos los días.
Para hacer un plan tengamos en cuenta estos tres aspectos:
Primero. Establezcamos dónde estamos y quiénes somos. Mirémonos al espejo y digamos: “Quiero saber dónde estoy”, algunas veces le preguntamos a otros porque no sabemos dónde estamos.
Segundo. Determinemos qué queremos para luego definir el camino a recorrer.
Y el tercero. Tengamos un plan para saber cómo llegar al destino fijado, es decir, una estrategia que nos permita caminar con seguridad hacia el propósito final. En este punto es importante avanzar siempre, sin importar los obstáculos que se presenten y retomando el plan siempre que haya una caída.
Tenemos el 90% de posibilidades de materializar lo que queremos ser en la vida si fijamos una meta y trabajamos sobre un plan. Cuando planificamos actividades y cumplimos los objetivos propuestos sentimos inmensa satisfacción al lograrlo. Entonces es cuando debemos preguntarnos: “¿Lo que hice esta semana hace parte de un plan que organicé para lograr mi meta personal, o corresponde a una estrategia que beneficia a otra persona?
La clave consiste en que el 90% de nuestra vida debemos dedicarlo a las cosas que nos llaman la atención, y esto ocurre si tenemos una meta, un plan. Si cada día al levantarnos afirmamos nuestro propósito de hacer lo que nos hemos propuesto, lo conseguiremos.
Podemos participar en las ideas y los sueños de otros sin olvidar los propios, planear y llevarlos a la realidad contando con Dios para que dirija el camino a recorrer, haciendo siempre lo correcto y utilizando al máximo toda la capacidad que nos dio para crear, pensar y ser lógicos. Recordemos que sin su guía es imposible llegar a cualquier lugar.
Hay cuatro elementos básicos para que haya producción de nuestra parte, escríbalos y téngalos en cuenta:
Primero: Los sueños que quiere hacer realidad
Segundo: El costo que tiene ese sueño.
Tercero: La estrategia que se va a desarrollar para lograr el plan.
El énfasis está en escribir. Como dijo el profeta: “Escribe la visión, moldéala en piedra de manera que quien por ella pase la lea”. Moldear en piedra nuestra visión es fijar el ritmo y el curso de nuestras vidas. Escribir los sueños y planes significa fundirlos en piedra, fijarlos en nuestra agenda diaria.
Cuarto: El seguimiento a las acciones. Así podemos revisar cómo vamos y si se escriben es posible recordarlo y evitar perder la visión y el plan. Una ley dice que “nos transformamos en aquello que miramos continuamente con atención”.
Escribir las metas y sueños nos permite conocer cuatro aspectos:
Primero: Saber si realmente tenemos un sueño o si se trataba solamente de castillos en el aire.
Segundo: Descubriremos el costo del sueño. Jesucristo dijo que antes de construir debemos considerar el costo en tiempo, esfuerzo, dinero y relaciones. Construir tiene un costo y este puede ser más alto de lo que estamos dispuestos a pagar, si sabemos cuál es ese valor podemos abandonar o ajustar la meta. Revisar constantemente, nos mantiene enfocados y desarrolla un carácter para triunfar.
Tercero: Se convierte en un sistema autopropulsado dentro de nosotros y es un camino que recorremos. Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Determinamos cuál es el sendero a recorrer y fijamos la metas a cumplir dentro del mismo hasta llegar al objetivo final. Así podremos medir los resultados y alcanzar pequeños logros que nos acortarán la distancia hacia la línea de llegada final.
Cuarto: Fijar metas y tiempos. Cada logro dentro de la estrategia debe tener un tiempo determinado para su cumplimiento.
El sistema está diseñado así para que mantengamos el interés en la medida que alcanzamos logros constantemente, haciendo realidad los objetivos diarios y/o semanales y así poder exclamar: “¡Vaya, hombre! ¡Logré algo!» Esto es lo que nos mantiene sobre la marcha.
La acción normal de planificar nos libra de fijarnos acciones equívocas, y así garantizamos que nuestros logros tienen la bendición de Dios. Algunas veces la gente disfruta de una meta y no pueden pedirle a Dios que les bendiga porque los acusa su conciencia por hacer algo que no deberían. En estas circunstancias estaríamos edificando sobre la arena y, si conseguimos los logros, no seremos felices por mucho tiempo.
Alcanzar las metas es parte de este proceso de producción y nos hace valiosos porque nos permite disfrutar de logros. Sin metas nos aburriríamos y nos sentiríamos insatisfechos.
El principio sobre metas: “Debemos elaborar planes contando con Dios para que nos dirija”, es muy poderoso. Agregamos un par de ideas para reiterar lo siguiente: Cuando no tenemos metas, nos sentimos insatisfechos con la vida porque no sabemos adónde vamos. Si tenemos metas nos sentimos en las alturas o que estamos subiendo. Las metas nos proporcionan sentido de dirección porque nos fijan el rumbo y el propósito. El 90% de nuestras vidas puede convertirse en lo que planifiquemos si lo hacemos correctamente sobre bases sólidas de valores y principios sanos.