¿Sabe usted ser hijo?
La oración, el modelo genuino de la comunión padre – hijo
“Padre, gracias te doy porque me has oído.
Y yo sabía que tú siempre me oyes”.
Jn 11:41-42
“Mi hijo eres tú, yo te engendré hoy:
Demándame, y yo te daré”.
Sal 11:7-8
La voluntad de Dios es que le amemos y le sirvamos, no solo con todo el corazón, sino también con toda la mente; que nos adentremos en la sabiduría divina y la belleza de todos sus caminos, obras y palabras. Solamente así podremos aproximarnos para adorar rectamente a Dios, y apropiarnos inteligentemente de los tesoros que hay contenidos en la sabiduría y la ciencia de Dios.
Es el servicio que nuestro corazón da a Dios
Los tema de fe y oración son tan importantes que ameritan nuestro máximo esfuerzo mental para entenderlos. Aunque la fe y oración genuinas son sencillas, la mayoría de personas encuentran que la vida de oración que llevan hasta ahora, no experimenta la eficacia que las escrituras le asignan a ella. Por eso, ante promesas como “pidan lo que quieran y les será hecho”, en nuestro diálogo interior se presentan dudas como:
- ¿En verdad Dios nos dio un cheque en blanco como ese?
- ¿Hasta dónde me da libertad Dios para pedir?
- Si todo depende solo de mi petición, ¿dónde quedan la voluntad y los decretos de Dios?
- … ¿O cómo se armonizan la soberanía de Dios y nuestra voluntad?
Las preguntas anteriores se originan en que, de un lado, consideramos que como Dios es Dios, hace lo que quiere, independientemente de lo que pidamos, lo cual nos quita cualquier aliento para orar. De otro lado, lo podemos ver como un Dios apático y distante, de modo que nuestra oración debe ser tan fuerte que llegue a llamar Su atención y doblegar Su voluntad a favor nuestro. Lo uno o lo otro es real en la vida de oración de muchos y se debe a que nuestras peticiones no corresponden a una oración genuina.
Se llama oración genuina a la comunión del hombre con Dios, la cual debe seguir el modelo de comunión que se da entre Dios Padre y Jesucristo. Jesús en Mateo 6:5-9 utiliza para ‘oración’ la palabra griega proseuchomai, compuesta por las raíces pros: volverse hacia [el Padre para que nos comunique sus deseos] y euchomai: pedir, rogar [de acuerdo a los deseos de Él que nos ha hecho conocer]. Observemos que orar no consiste en un pedir que se origina en una necesidad del hombre. La oración genuina nace en un Padre que comunica sus deseos al Hijo. Miremos el modelo de comunión entre Dios Padre y su Hijo Jesucristo por medio del Espíritu Santo para entender cómo debe ser nuestra comunión con Dios.
La clave de la oración genuina está en la comunión que se da entre las personas de la Trinidad Divina. Si Dios fuera una sola persona aislada dentro de sí misma –si no aceptáramos la Trinidad de Dios–, no podría haber en nosotros ninguna esperanza de acercamiento a Él ni de influencia sobre Él. Pero en Dios hay tres personas: Padre e Hijo, quienes tienen como vínculo de unidad y de comunión al Espíritu Santo. Cuando el eterno amor de Dios engendró al Hijo y le dio lugar junto a Él como su Igual y su Consejero, se abrió un camino para la oración e influencia del Hijo hacia el Padre dentro de la más íntima vida de la Deidad.
El Padre determinó que no estaría solo en sus consejos sino que, movido por Su amor para con el Hijo, se los daría a conocer. Y debido a esto, ahora hay un Hijo que pide al Padre según los consejos (deseos, propósitos) que le comunicó ese Padre. De modo que el Hijo pide (desea) y recibe, también movido por el amor al Padre, porque así el Padre es complacido al satisfacer esos deseos que le compartió al Hijo. Es decir, solo con la respuesta a cada petición (deseo) del Hijo, se cumplirá cada consejo del Padre.
En el seno de la Deidad nada se efectúa sin la oración: el comunicar del Padre (Sus deseos y propósitos), el demandar y recibir del Hijo (de acuerdo a esos deseos que conoció) y el dar del Padre (lo que demandó la petición).
Ese demandar (desear) y recibir por parte del Hijo debe ser tan voluntario, apasionado y determinado, como lo es el comunicar y el dar por parte del Padre. En la comunión entre las Personas de la Trinidad, este demandar (desear) y recibir del Hijo es una de las grandes operaciones de la vida del Dios tripartito. Por eso dice el Salmo 2: “yo te engendré hoy: Demándame, y Yo te daré…”. El comunicar del Padre, el demandar (desear) y recibir del Hijo, y el dar del Padre según la petición del Hijo, son movimientos de esa vida divina en la cual se juntan el amor del Padre y del Hijo, y se completan entre sí.
Nosotros ahora entramos en ese modelo de comunión debido a que estamos en unión con Cristo Jesús, el Hijo. Debido a la humanidad de Cristo, esa comunión entre Padre e Hijo, se desborda por el derramamiento del Espíritu Santo sobre toda carne para abarcar también a los hombres en la Tierra y enseñarles a ser hijos en comunión con Dios Padre. Es por Jesucristo que tenemos acceso, “por un mismo Espíritu al Padre” (Ef 2:18).
Lo anterior nos da cierta comprensión de por qué la oración del hombre, viniendo al Padre por medio del Hijo, tiene efecto sobre Dios. Los decretos de Dios no son decisiones tomadas por Él sin dar lugar al Hijo, a la petición (deseo) del Hijo, o a la petición (deseo) nuestra enviada al Padre por medio del Hijo. De ninguna manera. El Hijo como representante de toda la creación siempre tuvo voz. En los decretos del propósito eterno siempre se dejaba lugar para la libertad del Hijo como mediador e intercesor, y así también, lugar para las peticiones (deseos) de todos los que se acercan al Padre en (unión con) el Hijo.
El corazón del Padre se mantiene abierto y libre para escuchar a cada súplica que asciende por medio del Hijo, y Dios en verdad decide hacer por la oración lo que Él de otra manera no habría hecho. Nos da esperanza, fuerza y seguridad que el poder de la oración tiene su origen y certeza en la eterna comunión del Padre y del Hijo, y que es por medio de nuestra unión con el Hijo que nuestra oración es aceptada y tiene influencia en la vida interna de la Bendita Trinidad.
Dios, en su Hijo Jesucristo como hombre, ha entrado en una relación tierna con todo lo que es humano, y da lugar a toda oración humana en el gobierno divino del mundo. Por medio de la naturaleza humana de Jesús arriba en el trono, y el Espíritu Santo en nuestra naturaleza humana en la tierra, se ha abierto un camino por el cual todo demandar (desear), originado en el Padre, puede tocar e incorporarse en la vida y el amor de Dios, y recibir lo que ha demandado (deseado).
A la luz de estos pensamientos, somos movidos a postrarnos reverentes para alabar a Dios, al entender cuán grande poder nos ha dado Él en la oración.