Mesa Redonda

Todos los seres humanos llevamos esta impronta en nuestro interior: “Creados para transformarse”. Transformación es la palabra “Metamorfosis”, en griego. La naturaleza nos enseña en algunos insectos acerca de este proceso. Para que un gusano se transforme en mariposa, se da en el animal el concurso de dos hormonas: una cerebral que activa a otra torácica, produciendo líquidos enzimáticos que diluyen al gusano y sirven de nutrientes para la nueva mariposa.

 

Las circunstancias de la persona no cambiarán la palabra de Dios, pero la palabra de Dios sí cambiará las circunstancias de la persona que desea la transformación

 

En el ser humano, el equivalente a la hormona cerebral son los principios y leyes universales con los cuales renueva su mente. El equivalente a la hormona torácica es el espíritu de amor de Dios. Dicho espíritu le es dado a la persona cuando acepta el amor de Dios, el cual está personificado en Jesucristo y su obra en la cruz para rescatarnos del egoísmo y de la condena y castigo que merecíamos por nuestras transgresiones a la ley de Dios.

 

Al aceptar que Jesucristo se entregó a sí mismo para morir por nosotros en la cruz, y que por esa amorosa entrega inmerecida le fue dada autoridad suprema sobre nosotros, Dios derrama su Espíritu de amor en nuestro corazón. La palabra de Dios (Sus principios) que afectan nuestra mente, y el Espíritu de Dios en nuestro corazón, interactúan para diluir esa naturaleza egoísta y dar crecimiento a un nuevo ser capaz de entregarse por otros y a Dios.

 

La transformación es un intercambio: entregamos a destrucción la vieja naturaleza egocéntrica, y a cambio tomamos esa nueva naturaleza teocéntrica y otrocéntrica. Intercambiamos la una por la otra.

 

No es suficiente con hablar de transformación a las personas. Hemos de proveerles los principios universales, y además las personas requieren aceptar el amor de Dios en Jesucristo y su obra sacrificial.

 

Para que una persona incorpore un principio es necesario que:

 

  • Lo lea,
  • Lo entienda,
  • Lo reciba en su interior (se apropie de él, diga: “Esto es para mí, lo necesito”), y
  • Medite en él y desee que él sea una expresión de su carácter.
  • Lo aplique en su diario vivir para que se convierta en su forma habitual de actuar.

 

Para que la transformación ocurra se requiere un mecanismos eficaz y sencillo que permita a las personas dar los pasos anteriores. Ese mecanismo es la Mesa Redonda, la cual consiste en una reunión semanal de 45 minutos; en un día, hora y lugar fijos, con la participación de mínimo dos personas y máximo seis.

 

Esa reunión gira en torno a un principio escrito que hemos de leer, comentar, y que nos conducirá a que nos fijemos dos tareas a realizar en una semana: Una, releer y meditar el principio diariamente; y la otra, una acción para con alguien con la cual pongo en práctica lo leído.

 

Con la lectura se encuentran frases que impactan, que resaltan ante los ojos del lector. Deténgase en ellas para Subrayarlas. Esas son las frases que le dan entendimiento y/o hacen eco en áreas donde se tienen vacíos. Con ellas va a efectuar el paso que sigue a la lectura: meditar.

 

Meditar, es la palabra HAGAH en hebreo. Indica la acción de pensar con tal intensidad, que el pensamiento se manifiesta en expresiones audibles: Leer en voz alta, murmurar (en placer o en ira), detenerse o quedarse permanentemente en el proferir (las frases subrayadas en cada principio y en cada lectura), pronunciar, rugir, susurrar, musitar, hablar. También significa reposo, reposar, retener, vivir.

 

Es decir, a medida que piensa en la frase subrayada y la repite con su boca, deseando que se convierta en su manera habitual de actuar, usted está sembrando esa palabra en su corazón.

 

El desear se manifiesta en petición a Dios. Cuando deseamos en oración lo que Dios desea, creyendo que lo estamos recibiendo, nos vendrá. Viene esa nueva naturaleza interior que se complace en desplegarse de acuerdo a los principios de Dios. Esas frases, que provienen de Dios, lo inspiran para que quiera ponerlas en acción. Dios es inspirador, el ser humano es el hacedor del principio.

 

Cuando las personas expresan y desean la palabra de Dios sobre su vida, se alinean con la agenda de Dios y ponen en movimiento una transformación. Es un alineamiento celestial y comienza con la boca. Cuando aprendemos a decir lo que el cielo dice, la vida de la persona comienza a verse como el cielo quiere que se vea.  Las circunstancias de la persona no cambiarán la palabra de Dios, pero la palabra de Dios sí cambiará las circunstancias de la persona que desea la transformación. No son iguales las circunstancias de un gusano que se arrastra, a las de la mariposa que vuela. Con la transformación se pasa de comer hojas y polvo, a libar el néctar de las flores.

 

Cada día que lea y medite, márquelo en el cuadro de acción.