FUNDAMENTOS PARA ADMINISTRACIÓN 3. HUMILDAD

05
Mar

COMENTARIO

 

Este principio está basado en los Proverbios 28:13: “El hombre que rehúsa admitir sus errores, nunca podrá tener éxito; pero si  los confiesa  y renuncia a ellos, obtendrá otra oportunidad”.

 

Ser humildes es obedecer y aceptar las equivocaciones, es un principio de vida que tiene un gran valor en los negocios y se evidencia en el proverbio que reza: “El hombre que rehúsa admitir sus errores no tendrá éxito”. Asumir esta actitud no es fácil porque el ego y la autoestima se verán afectados, pero Dios dice que si no se hace lo correcto para sanar el mal ocasionado, se detiene el crecimiento personal.

 

No es fácil admitir que estamos equivocados o decir que cometimos un error.

 

En la carrera de la vida podemos tropezar haciendo cosas que no funcionan o lastiman a otros y puede suceder porque no somos perfectos, y es aquí donde es importante dejar de lado la arrogancia y la necesidad de defensa para dar cabida a la humildad, aceptando la responsabilidad y abriendo canales de comunicación.

 

Hay una manera correcta y otra incorrecta de afrontar un error. El sistema judicial advierte: “No admita ni diga nada  porque puede utilizarse en su contra en una Corte”. Este sobre aviso hace que se escondan las acciones ilegales y vivamos con la culpa. No admitir la responsabilidad, aconsejados por abogados u otras personas, para asumir con humildad lo que se hizo mal puede causarnos daño. Y si no lo hacemos entonces ¿dónde está la honestidad? ¿No es la verdad la que nos hará libres? Debido a esta forma de defensa muchos culpables no son rehabilitados.

 

En este escenario pueden suceder dos cosas:

 

Primero: Se genere un sentimiento de culpa que intranquilice la conciencia, al punto de considerar que no podemos confiar en nosotros mismos. Esta sensación es muy fuerte y actúa como si un cáncer nos carcomiera.

 

Segundo: Perdemos autenticidad y nos ponemos una máscara de dureza, viviendo en un mundo irreal, cargando siempre el temor de que alguien descubra la verdad y en el afán de ocultarla, aparece la mentira.

 

No es así como Dios diseñó la vida. Él nos alienta a ser honestos y responsables ante nuestros errores para sanarnos. Dios que es fiel y justo nos perdonará. La mejor forma de manejar las acciones incorrectas es admitir que hemos obrado mal, confesar y no volverlo a hacer. La situación terminará cuando nos humillemos y confesemos.

 

Nuestro sistema judicial proclama: “No admita nada, haga que los otros lo prueben”, es decir, que podemos engañar a los demás mientras no se tengan las evidencias respectivas y esta no es la senda de una vida en armonía con Dios. La humildad es un principio muy poderoso que nos limpia. Cuando asumimos posiciones de defensa, ocasionamos que otros también intenten defenderse.

 

El sistema arroja evidencia real a causa de una cuestión técnica y esta es la razón por la cual la criminalidad se pasea a sus anchas. Cuando hacemos el mal sentimos culpa y responsabilidad, aun sin las pruebas de las Cortes, porque se siente en el corazón siempre y no solo cuando la Ley lo aprueba.

 

Las Leyes de Dios son para que admitamos los hechos cuando obramos mal, mientras que la de los hombres sugieren que nos quedemos callados; que nos defendamos y que apelemos. Esto está bien cuando somos inocentes, pero no cuando somos criminales. Esto corrompe a nuestra sociedad porque la gente se  da cuenta que puede hacer de las suyas. Debemos ser cuidadosos porque esta actitud no refleja humildad. Eventualmente tendremos que pagar por tales hechos.

 

Les ofrecemos libertad a los criminales aún sabiendo que son culpables, si no se les comprueba a través de la Ley. Muchos abogados no quieren saber la verdad de sus clientes porque quieren ganar su caso, y esta es su fuente de ingresos económicos ¿Qué les pasó a la verdad, la honestidad y  la responsabilidad?  El abogado también tiene que vivir con la culpabilidad. No podemos aceptar que exoneren y liberen al culpable cuando sabemos que sí lo es.

 

Somos negligentes con la Ley superior de Dios. ¿Qué pasa con la Ley de la Justicia  impartida por Dios a las sociedades? No se puede liberar de culpa a una persona sin que esta la admita, la confiese y renuncie a seguir quebrantando la Ley. Cuando se hace de esta manera  rehabilitamos a la persona porque el asunto se ventila y miramos a los involucrados cara a cara. El culpable tiene  que asumir una actitud humilde ante la situación.

 

Si alguien queda libre sin decir la verdad y sufrir las consecuencia de sus actos no será realmente libre, porque la libertad proviene de ser veraz y sentirse tranquilo porque se  puso al frente de la situación sin tratar de esconder nada.

 

Únicamente la Ley superior de Dios, la humildad, rehabilitará al culpable y edificará a la sociedad. Cosechamos lo que hemos defendido: una generación que cree que puede vapulear al sistema si se ven atrapados, considerando que vale la pena correr el riesgo.

 

Mire un traficante de drogas o alguien de tal calaña, ladrones, timadores y otros especímenes similares, racionalizan diciendo que trafican con drogas o con el mal porque les reporta fabulosas ganancias.  Saben  que si son llevados a prisión, pasarán en ella un par de años y que al salir pueden reponerse por las ganancias que el crimen les produce. Al creer que pueden manipular nuestro sistema judicial  y salir libres con la ayuda de los servicios de algunos abogados, se está creando un problema para las generaciones del futuro. Los criminales salvan su culpabilidad; pero eventualmente este comportamiento corrompe a la sociedad y a los hombres en general.

 

El principio de humildad, proverbios veintiocho, versículo trece: “Confesar y renunciar a nuestros pecados, nos permite una segunda oportunidad.”El concepto de humildad se encuentra muy malentendido. La gente quiere entender qué es la humildad, pero no ven la valía  de esta virtud. El concepto de libertad radica  en vivir libres de culpa.  Un ignorante puede vivir sin sentimientos de culpabilidad, pero solo será libre cuando se descubra la verdad. Por esta razón, Dios no nos hace responsables hasta tanto descubramos las cosas. Es entonces  cuando empezamos a responder por nuestros actos.

 

Lo interesante de la vida, sin embargo, es que pagaremos tarde o temprano,  por lo que hagamos o dejemos de hacer. Toda conducta violatoria debe ser sancionada porque el pecado es igual a la muerte. Siempre pagaremos por nuestros actos y si no se hace en el momento inmediato, ante la Corte, lo haremos ante nuestra conciencia, porque el remordimiento lastima. Y si nunca enfrentamos la conciencia, de toda formas, al final, terminaremos pagando.

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