COMENTARIO
Algo que impresiona: que las emociones fueran consideradas como el poder de un líder quien puede tomarse una ciudad. “Ve y captura una ciudad”, Esa acción involucra a miles de personas. Gobernar nuestro espíritu es manejar nuestro comportamiento y nuestras emociones. El comportamiento se ve afectado directamente por nuestras emociones. El proverbio reza: “El que gobierne su espíritu”, dando a entender que podemos gobernarlo.
Muchas personas dicen “Así soy. Y qué le voy a hacer si así soy yo”.
Pero el proverbio nos dice que hay una manera de gobernarse: que el espíritu está presente y tenemos poder sobre él. Tenemos que entender el cómo y el por qué. Lo haremos cuando entendamos el valor de gobernarlo. Gobernar nuestro espíritu no siempre es fácil, es gobernar lo que realmente somos. Todo lo que oímos, vemos, olemos, degustamos o tocamos entra en nuestra mente y despierta emociones. Ésta analiza las situaciones y nos recomienda una respuesta. Nuestro espíritu, entonces, decide reaccionar o responder a la recomendación de la mente según los principios y ello afecta nuestras emociones. Finalmente nuestro cuerpo actúa. Estas acciones son nuestros comportamientos. «El que gobierna su espíritu…” significa el que decide disciplinar o dirigir su respuesta.
Lo dirigimos porque cuando sentimos emociones, éstas nos dirán :“Así es como deseas actuar”. Debemos decir “No” a eso y vigilar nuestro comportamiento a pesar de lo que nuestras emociones quisieran hacer. Cuando alguien adelanta acciones en nuestra contra, a nosotros nos gustaría cobrar venganza. Ese sentimiento es un impulso instantáneo: “Bien, me la vas a pagar”. Estas son emociones porque estamos furiosos y enojados. Pero podemos controlar esta situación al no dar lugar a esa respuesta instantánea, a ese primer impulso. Estamos controlando la situación. Esto es lo que llamamos controlar nuestras emociones.
Tres argumentos que realmente nos dicen por qué debiéramos controlar nuestras emociones. Hay efectos negativos si no ejercemos control. 1. Nos tornaremos en esclavos de nosotros mismos. Lo que significa que no controlamos nuestras vidas, no las dirigimos. Nuestros cuerpos comerán cuando sientan deseos de hacerlo. Solamente responderán a deseos. 2. Nos tornamos también en esclavos de las situaciones. Al surgir una situación, simplemente responderemos a ésta. Las situaciones nos controlarán. Perderemos el norte en cualquier dirección en que nos dirijamos. Y 3. Nos tornaremos en esclavos de otras personas. Otros nos conocerán, y podrán hacernos perder el equilibrio y nos controlarán y manejarán de la forma como quieran. Pueden jalar las cuerdas y hacer que hagamos lo que ellos deseen. Pueden hacernos enojar; explotar, volar la cabeza y destruir las cosas. No podemos permitirnos el lujo de ser esclavos de la gente, de las situaciones o de nosotros mismos. Al controlar nuestras emociones controlamos estas tres etapas.
Dios nos dio manos para trabajar; pies para andar; ojos para ver y cerebro para controlar todos los miembros del cuerpo. «Nuestro comportamiento ha de ser controlado y gobernado por nuestro espíritu», queriendo esto decir que podemos y somos responsables de lo que hacemos. Debemos controlar las emociones y la mente que quieren que el cuerpo funcione de determinada manera. La valía de una persona se basa en su habilidad para controlar y manejar su temperamento, sus hábitos y todas sus emociones. Nos comunicamos con nuestro comportamiento. Nuestro comportamiento es lo que las personas ven de nosotros.
Si la gente no controla sus emociones, lo que significa que no controlan su comportamiento, posiblemente no van a encajar en la organización. Igual que con un caballo de carreras, éste no tendrá valía a menos que esté entrenado y aprenda la valía de la autodisciplina. Si su comportamiento y su forma de correr le permiten recibir entrenamiento, este le hará un animal valioso. Así es con los animales y con todos.
Las emociones incontroladas pueden arruinar nuestra reputación. Azotar una puerta o dirigir una mirada airada sin mediar palabra alguna es una forma de telegrafiar un mensaje. Las palabras son importantes, las emociones que utilizamos para expresarlas son aún más importantes. El lenguaje no verbal que utilizamos dice tanto acerca de nuestro carácter como las palabras mismas. Del cincuenta al sesenta por ciento de la comunicación se da como comunicación no verbal, lo que significa que nuestras acciones, la forma como vestimos, la forma como nos comportamos, como caminamos, como sorteamos las cosas, la sonrisa, todo esto comunica más que las palabras pronunciadas. “Algunas veces nuestras maneras y acciones hablan en voz tan alta que es difícil oír lo que estamos diciendo”. Deje que todos sepan lo que usted cree y de ser necesario, utilice palabras.
Las emociones son como la gasolina, pueden ser peligrosas y destructivas cuando están fuera de control, pero muy valiosas cuando las controlamos y canalizamos de manera apropiada. La emoción dentro de nosotros es energía. Si es aprovechada se torna en un valioso activo a nuestro favor. Hemos escuchado: “Mire, ese hombre podría ser tan valioso, si tan sólo pudiera controlarse”.
Todo el principio en torno a las emociones es que necesitamos aprovechar la energía que éstas ofrecen. Ahí está la valía de controlar nuestras emociones, significa que tenemos a nuestra disposición toda esa energía para hacer el bien, y ser buenas personas en la práctica. A la gente no le importará lo que digamos que somos. Tendrá su propia lectura de nosotros según controlemos o no nuestras emociones. Alguien dijo que la mente debe encontrarse en la caja de cambios, antes de que la boca entre en acción. Detenernos a pensar en lo que estamos a punto de hacer.
El poderoso principio de las emociones: “El que gobierne su espíritu es más eminente que el que se tome una ciudad”. En síntesis, gobernar nuestro espíritu es, realmente, gobernar nuestras acciones. La mente está hecha para que funcione de determinada forma, somos nosotros quienes tenemos que gobernarla. No permitamos que nuestros cuerpos se tornen esclavos de cada pequeña emoción que nos visite. Hablamos sobre la ira y los momentos en que ésta ocurre. Pero ¿Qué decir del mal humor, de los estado de ánimo? ¿Son éstos emociones? ¿Qué de las insignificancias? ¿Que de los resentimientos? ¿De las envidias? Y estos estados de ánimo son más peligrosos para nosotros mismos que las otras emociones. No para las otras personas, para nosotros mismos. Éstos nos deterioran internamente. Nos lastiman. Nos matan. Ellos hacen parte también de lo que llamamos emociones. Desterrarlas, deshacernos de tales estados de ánimo o del mal humor que nos afecte. Son, pues, estos otros estados de ánimo, emociones también.