FUNDAMENTOS PARA LIDERAZGO DE INFLUENCIA 9. SANCIÓN

18
Ago

COMENTARIO

 

El principio del castigo o sanción se ha tomado de los proverbios, capítulo 20, versículo 30: «El castigo que duele persigue al mal del corazón».

 

No podemos ir por doquier haciéndonos temer, pero si debemos hacerlo sentir en cierta medida

 

Webster define la palabra castigo como disciplina para corregir el mal o lo que está mal. También podemos decir que es el arte de eliminar el mal para preservar el bien. Estas dos afirmaciones nos advierten sobre las cuatro motivaciones básicas que tenemos para hacer lo que nos corresponde:

 

Número uno: La responsabilidad y el compromiso porque decidimos cumplir con la palabra entregada.

 

Número dos: El temor a las consecuencias de no cumplir con el compromiso adquirido. Esta es la más común.

 

Número tres: El sentimiento de éxito y logros cumplidos, el cual cobra mayor importancia cuando maduramos y llegamos a ser exitosos porque la sensación de metas alcanzadas desencadena una motivación constante para hacer las cosas cada día mejor y disfrutar de la felicidad que proporciona cumplir con los propósitos.

 

Y número cuatro: Tenemos un sueño que queremos cristalizar. Iniciamos nuestros propósitos con responsabilidad y compromiso, sintiendo en algunos momentos el temor de no cumplir como queremos, sin embargo, el deseo de obtener el éxito convierte los miedos en fortalezas para convertir los sueños en realidad.

 

Si tenemos sueños podemos alejar nuestro foco de atención de los problemas del pasado y las dificultades del presente, de manera que miramos siempre hacia los planes para lograr lo que queremos a futuro y así evitamos que los sueños se pierdan.

 

La motivación más común es el miedo al castigo. Permanecemos firmes en nuestros principios por temor a desilusionar a Dios y a las consecuencias que esto puede traer para nuestra vida personal, si no somos fieles a ellos. De igual forma, en las familias y en la sociedad en general debe existir este tipo de motivación sin que se convierta en un factor predominante, estableciendo un noventa por ciento de actitud positiva frente a los sueños y un diez o quince por ciento a esa sensación de temor que nos previene y hace que permanezcamos atentos. Así mismo, deben aprenderlo los niños.

 

En el caso de las empresas, los empleados deben motivarse para que establezcan sueños, sin olvidar la importancia de conocer con claridad las normas y las consecuencias que trae si no cumplen adecuadamente con los reglamentos internos de su lugar de trabajo. Así el miedo a perder su empleo deja de ser la única motivación que los mantenga en sus cargos.

 

Todo ser viviente que ha recibido adiestramiento se vuelve valioso y entenderá la motivación basada en el temor al castigo. Si tenemos un perro que no ha sido entrenado para que sus necesidades fisiológicas las realice fuera de la casa tenemos que aceptar que lo haga dentro y nos genere suciedad; es claro que no se puede entrenar a esta mascota sin cierta medida de temor para que entienda que si desobedece no será tratado dulcemente. Sin embargo, el amor y los mimos deben ser el 90% en el trato con estos compañeros de casa.

 

Otro ejemplo que aplica aquí es el de los caballos de carrera, que son entrenados para que corran y ganen, pero si no se manejan correctamente son sacrificados o alejados. Entre más alto sea el grado de entrenamiento, más valioso será el animal. Esta es una regla y también aplica para los seres humanos, quienes a mayor disciplina presentarán mejor desempeño, comportamientos apropiados y correctos, así como mejores valores. Por esta razón los hijos deben conocer el valor del castigo para formar sociedades sanas y equilibradas.

 

Es imposible dirigir a una familia, empresa, negocio o sociedad sin un conjunto de reglas que infundan el temor a Dios y a la ley, entendiendo que se han establecido para el bien. Debemos enseñar amor y buenos valores, así como las recompensas que nos aportan y las consecuencias que trae no seguir tales enseñanzas.

 

Recordemos esta frase: cada acción tiene una reacción. Cada comportamiento tiene una recompensa, lo positivo tiene un contrario que es lo negativo. La gente se pregunta por qué hay maldad en el mundo “¿por qué Dios no elimina la maldad?” y la respuesta es que no se podría saber que Dios es bueno si no existe la maldad, y consecuentemente elegir el bien en lugar del mal. Es un sistema fijo en la vida.

 

Este miedo al castigo no es la mejor ni la más importante motivación, pero es un hecho duro e inalterable de la vida. Ese temor que duele y no es solo el pago de una multa, debe enraizarse en cada mente. Las reglas deben ser equitativas y justas, y cuando se quebrantan deben tener un impacto mental, físico y económico.

 

La Biblia dice que el precio del pecado es la muerte y el castigo va a la par con lo que se viola, de modo que, si no se administra castigo no se tiene la valía de mantener la regla. El castigo crea valía.

 

Cuando dirigimos y motivamos a las personas se deben establecer algunas reglas absolutas, con duras consecuencias si se quebrantan, lo cual crea temor para remontar la línea; también se debe dar a conocer lo que se espera de ellas para que revisen si lo están haciendo bien o mal y se midan a sí mismas.

 

Leyes estrictas bien comunicadas y que se imponen rápidamente eliminan el temor a lo desconocido y proporcionan libertad. Usted estará listo para elogiar y reprender disciplinariamente y las personas sabrán de dónde viene y hacia dónde va usted. No se puede ejercer la autoridad solamente con disciplina porque la ley implica ira y esta se vuelve como un búmeran contra quien la aplica, si no se ejerce con la actitud correcta.

 

Recapitulemos. Desde el punto de vista del liderazgo hay dos aspectos claros como son:  primero, tener definidos los principios, lo que creemos y practicamos; las personas que dirigimos deben saber quiénes somos y tener claros los parámetros para que no haya muchas violaciones de las reglas y se reduzca la necesidad de castigar.

 

Segundo, leyes y reglas claras mantendrán a las personas en un punto común, si no existen estaremos constantemente imponiendo la disciplina y castigando a la gente para enderezarla y será nuestra culpa.

 

Debemos preguntarnos ¿Cuánto temor infundimos?  O ¿no infundimos temor alguno? Debe encontrarse un punto de equilibrio. No podemos ir por ahí haciéndonos temer, quiero decir, no podemos ser personas dedicadas solamente a infundir miedo, pero sí debemos hacerlo sentir en cierta medida. Cada persona debe entender quién es, lo que es y lo que no es. Estas prácticas evitarán que tengamos que andar disciplinando e imponiendo muchos castigos.

 

Leave a Comment